domingo, 19 de junio de 2011

Barco Lunar

¿Dónde vas, perdido?
si no hallaste tu camino,
ni tienes un destino.

Estás flotando,
sin arriba ni abajo,
sin luz ni oscuridad,
que te guíen al lugar,
al que ni sabes si quieres llegar.
Completar, complementar, descansar, arribar
laten en tu corazón de velero.

Desaliento, desengaño, realidad;
la búsqueda infructuosa,
que te costará la vida,
que llevará una vida,
que hará tu vida, viva;
lo quieras o no.

***

Hoy te has despertado empapado en el sudor que sólo dejan los sueños, que te recuerda que tu imaginación no es la realidad, que nada es como debería ser y que todo está roto en un mundo de reflejos que ciegan, pozos que hunden y recuerdos que abrasan tu mente.
Y a quién le importan los sueños, que solo existen para el tormento del alma humana.
Y a quién le importan los reflejos, si hace tiempo que estás ciego.
Y a quién le importan los pozos, si ya vives bajo tierra.
Eso dices cuando te entristeces y te enfadas
Pero es mentira; hay sueños más fuertes que tu alma atormentada, reflejos tan brillantes que atraviesan tus ojos de ciego, iluminando tu cerebro; y pozos más profundos que cualquiera de tus hondas y tenebrosas moradas.
Debes aceptarlo, la realidad es más fuerte, porque tú la haces más fuerte a cada nueva vivencia, con cada minuto que pasa, con cada nuevo recuerdo.

¿Y que puedes hacer? ¿Cómo puedes vivir así?

Asúmelo.
Eres un barco en un mar de estrellas, arrastrado por el viento de millones de soles, millones de neuronas palpitantes de vida. No puedes detenerte, no sabes retroceder. Tus recuerdos sólo son el lastre de tus yo pasados tratando de volver al tempestuoso presente. Los pozos, agujeros negros que has de sortear si no quieres vivir sin vida, atrapado en el recuerdo; mientras las corrientes te arrastran lánguidamente para morir en soledad.

Asúmelo.
No eres el único barco (ni el más espléndido), pero sí el más importante para ti. A veces te recibirán a cañonazos y deberás huir solo en la noche. Otras te recibirán con pompa y júbilo en otras naves. Y la mayoría ni siquiera podrás o querrás contactar con los barcos que se crucen en tu camino.
Te sentirás furioso, colérico, porque los demás escapan a tu control, porque nada es como debería ser, porque estás solo y perdido en medio de la oscuridad de las estrellas y del vacío del universo; y te sientes pequeño e insignificante, arrastrado a la deriva.

Asúmelo.
La única víctima de toda tu furia, tu enfado y desengaño eres tú, que tratas de quemar el barco en medio de tu ira. De las ruinas de tu navío debes construir otro mejor o resignarte a que las cenizas se dispersen por el cosmos, quedando de aviso a futuros navegantes de la crudeza de una vida en la que no todos podemos soportar la existencia de quienes escapan a nuestro control.


Ahora debes soltar amarras y tratar de reparar el casco, sangrando de melancolía por un costado y carcomido lenta, pero visiblemente, por los recuerdos el otro; con el mástil torcido por la desesperanza que produce el que no haya (todavía) barco a la vista.


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