Tenía
ganas de volver a escribir sobre ciencia, pero es un territorio tan vasto que
uno no sabe por dónde empezar. Hasta que recordé cierta viñeta publicada en la pulga snob:
Y me
parece que a veces las cosas que hacemos los científicos pueden parecer un
sinsentido y que las hacemos para gastar el presupuesto, creernos dioses, ligar
o vaya usted a saber. Es por eso que me dispongo a aclarar por qué nos gusta
tanto que todo sea fluorescente.
Para
empezar comencemos con qué es la fluorescencia.
Vale, os acordáis de esas pegatinas tan populares que brillaban por la
noche y que antes se pegaban en los dormitorios de los niños para asustarlos. Esas pegatinas eran fosforescentes,
es decir durante el día absorbían energía de la luz que había y parte de esa
energía la convertían otra vez en luz, también por el día, pero como de día hay
tanta luz ambiental no se observa (igual que la luz del sol nos impide ver las
estrellas, que brillan mucho menos en comparación). Luego de noche, al apagar
las luces, conservaban todavía esa energía y la seguían liberando durante la noche,
aunque no estuvieran iluminadas.
La fluorescencia es un fenómeno similar, solo
que (para entendernos y no hablar de tiempos de emisión) hay que estar
iluminando constantemente para que la molécula fluorescente siga emitiendo su
luz.
Un
“detalle” clave es que las longitudes de onda de la luz que excitan (hace
fluorecer) a la molécula fluorescente son
distintas (e inferiores) a las longitudes de onda de la luz que emite la
molécula fluorescente. Por ejemplo podemos tener una molécula que se excite con
luz azul o ultravioleta y emita luz verde o roja o amarilla.
Bien,
ahora que hemos retrocedido hasta nuestra infancia para averiguar que es la
fluorescencia, cabe preguntarnos por qué es tan importante. Este fenómeno era
bien conocido desde hace mucho tiempo y también se conocían diversas moléculas
fluorescentes. Pero ¿cómo ha llegado a revolucionar totalmente la investigación
en campos como inmunología, oncogénesis, biología celular, etc.…? Para ello
debemos retroceder aún más.
En
la década de los 60 el científico Osamu Shimomura está investigando la
fluorescencia verde de una medusa, la Aequorea
victoria. En principio hay gente que estaría molesta porque se dedicase
dinero a investigar medusas brillantes, y no a la cura para la leucemia o la
vacuna contra el SIDA. Pero resulta que esta investigación daría lugar a una de
las herramientas más poderosas para investigar y conocer nuestras células; una
prueba más de que la investigación
básica (aquella que no va a por un objetivo concreto, sino a simplemente
ampliar nuestro conocimiento) es tan valiosa como la aplicada.
El
caso es que su investigación descubrió cosas sorprendentes: para empezar la
fluorescencia no era producida por un pequeño compuesto químico, sino por
proteínas, y no por una; sino por dos. Desglosemos todo esto. Los compuestos
fluorescentes conocidos antes de este descubrimiento solían ser estructuras
pequeñas y además tóxicas. La fluorescencia de esta medusa estaba producida por
proteínas, esto es, estructuras extremadamente complejas y grandes; además de no ser tóxicas. Y las proteínas se
codifican en el ADN, por lo que pasando el gen de una de estas proteínas a otra
célula haremos que esta célula la produzca (no hay que introducir el compuesto
fluorescente).
El
sistema de luz esta medusa estaba formado por dos proteínas. La primera se llamó aequorina (en honor a la medusa); esta
proteína al unirse al calcio emitía una luz azul. La segunda es la GFP (o proteína verde fluorescente) que
se excita con la luz azul de la aequorina y emite luz verde. Así la medusa
controlando cuanto calcio llegaba a la aequorina, podía controlar la intensidad
de su luz.
La
aequorina es tremendamente útil, pues se puede emplear para medir las
concentraciones de calcio dentro de la células (a más calcio, más luz) con gran
precisión, lo cual es genial para investigar multitud de procesos, como el
movimiento de la células musculares, la fecundación o procesos de las neuronas (como la sinapsis).
La
GFP posteriormente fue modificada por el doctor Tsien haciéndola más brillante
y cambiando su longitud de onda de emisión y excitación, de modo que podemos
tener proteínas fluorescentes que emitan en rojo, naranja, amarillo, azul…
Placa de Petri con cultivos bacterianos, cada uno expresando un tipo diferente de proteína fluorescente
Por
estos descubrimientos en 2008 se les concedió a Shimomura, Chalfie (que ayudó a
aislarlas) y Tsien el premio Nobel de Química.
¿Y
por qué es esto tan revolucionario?
Primero
explicaré brevemente algunos conceptos. Para empezar diré que un gen tiene
varias partes. Las que nos interesan a nosotros son 2: el promotor y la
secuencia codificante. El promotor es una secuencia que indica cuándo y dónde
debe expresarse lo que viene a continuación, es una indicación. Para que, por
ejemplo, las proteínas exclusivas del músculo se expresen sólo en el músculo y
no en el cerebro. La secuencia codificante es la que lleva las instrucciones de
cómo montar una determinada proteína. Y las proteínas son la base de todos los
procesos biológicos, forman el esqueleto de las células, generan la energía, reciben
señales del exterior, hacen que se expresen los genes… en definitiva ellas lo
hacen casi todo en la célula. A continuación en la imagen se muestra lo que se
conoce como “el dogma de la biología” donde se muestra como pasa la información
del ADN a proteínas.
Podemos
usar estas proteínas fluorescentes como chivatos,
para que nos digan (con la luz apropiada) dónde se encuentra claramente lo que
queramos. Por ejemplo, tenemos un gen de una proteína que sabemos que
interviene en el desarrollo de un tipo de cáncer, pero no sabemos en qué parte
de la célula se encuentra. Para saberlo cogeremos el gen de esta proteína y
uniremos (por decirlo de algún modo) su secuencia codificante con la de la proteína
fluorescente. Cuando ese gen se traduzca a proteína, también lo hará nuestro
chivato fluorescente y como estarán unidos, donde vaya la fluorescencia, allí
va mi proteína. Esto puede ser vital si queremos desarrollar un fármaco que
actúe de algún modo contra esa proteína.
Es
más, podemos ver en vivo y en directo hacia donde van determinadas células. Por ejemplo cogeremos un promotor que haga que nuestra proteína fluorescente
se exprese sólo en glóbulos blancos. Luego podemos hacer heridas o inducir
tumores para observar su comportamiento y así estudiar mejor el funcionamiento de
nuestro sistema inmunológico, lo que puede redundar en nuevos fármacos.
¿Y
por qué he dicho peces en el título?
Porque
el pez cebra (Danio rerio) es uno de los animales con los que más partido le puede sacar
a estas proteínas, ya que tenemos variantes de este pez que son albinas y por
tanto podemos ver su interior, y así ver donde se sitúa nuestra
fluorescencia. De este modo podemos aprender más de las sutiles
interacciones entre células o de la defensa global del sistema inmunitario
contra patógenos; cosas que son imposibles de ver en un cultivo de células.
Una larva de pez cebra con su sistema nervioso central fluorescente
Una
cosa más. Para hacer estos experimentos tenemos que generar animales, plantas o
microbios transgénicos (les introducimos
el gen de la GFP); pero esto no tiene nada que ver con Monsanto ni nada de eso.
Lo digo porque últimamente todo lo transgénico parece ser el demonio; muchas
veces los campos en los que se cultivan transgénicos (de los laboratorios) no
son para la agricultura, sino para investigar con plantas a las que les hemos
introducido otros genes (como el de la GFP) para estudiar su desarrollo, sus
interacciones; en definitiva para comprender mejor los procesos biológicos; lo
que puede generar tratamientos más efectivos y menos contaminantes contra las
plagas.
PD: Por
cierto lo que tienen las luciérnagas no es la GFP sino la luciferasa y
luciferina, pero eso da casi que para otro post le divulgación.