Bien,
estamos en el ecuador de la segunda guerra mundial, con Japón tratando de
dominar el pacífico y EE.UU. luchando para hacerlos retroceder. Aquellos que
hayáis visto la miniserie “The Pacific” o las muchas películas que han surgido en
torno a la guerra en el pacífico, sabréis a lo que me refiero. ¿Y qué es a los
que EE.UU. más debería temer del Imperio de Sol Naciente? ¿Sus portaaviones,
sus kamikazes (aunque en esta fase de la guerra todavía no eran usados como
arma), sus legiones de fanáticos soldados entrenados según la visión imperial
del Bushido? No, estas cosas son impresionantes sí, pero para nada comparables a las
pulgas.
Retrocedamos
un poco, para entender la historia completa. En los años 30 mientras la guerra
biológica era prohibida y marginada en cierto sentido en Europa (al fin y al
cabo la posibilidad de que las plagas que tú propagas en la nación vecina se
vuelvan contra ti es elevadísima en el “pequeño” continente europeo), Japón se
interesó notablemente por este tipo de armamento. Constituyó una unidad militar
para este fin, el escuadrón 731, y se comenzó a ensayar con bacterias para
transformarlas en armas. Con la invasión de Manchuria (antes de la segunda
guerra mundial) Japón dispuso de muchos prisioneros con los que realizar
ensayos que sólo podemos clasificar de diabólicos (disecciones a personas vivas
y conscientes para comprobar los daños causados por enfermedades…). El objetivo
dos este programa no es otro que el de desarrollar armas biológicas eficaces.
La
reina de todas las bacterias que este programa investigaba era Yersinia pestis.
Yersinia es una bacteria Gram negativa, clasificada dentro del grupo de las
enterobacterias y anaerobia. Esta bacteria es una vieja conocida del género
humano está entre las 3 primeras causas de muerte por infección bacteriana a lo
largo de la historia. La mortalidad de esta bacteria depende de los llamados
factores de virulencia, que no son otra cosa que genes que codifican proteínas
que permiten a la bacteria hacer cosas sorprendentes.
Yersinia pestis |
Sistemas de secreción tipo 3 |
Por ejemplo, estas
bacterias pueden presentar los llamados sistemas de secreción tipo 3, una
especie de jeringuillas con las que la bacteria inyecta proteínas en los
macrófagos (que son unas de las células más importantes del sistema inmunitario
innato) que hace que estos no puedan señalizar la presencia de las bacterias al
resto de células, que no puedan fagocitar (y destruir) a las bacterias o que provocan
el caos en la actividad kinasa de la célula, lo que la llevará a la apoptosis
(suicidio).
Además de producir otras proteínas que ayudan a la bacteria a
pegarse al epitelio, inhibien el sistema del complemento y que impiden la actuación de los linfocitos, de modo que
es más difícil que se produzcan anticuerpos.
Algunas formas de actuación de Y. pestis |
Todo
esto contribuye a que esta bacteria sea muy peligrosa. Y sin tratamiento con
antibióticos la tasa de mortalidad es muy elevada.
Pulga que transmite a Y. pestis |
Y es
aquí cuando llegan nuestras queridas pulgas. Porque el ciclo vital de la
bacteria es el siguiente: una rata infectada de Y. pestis es picada por una
pulga. La sangre que la pulga chupa está llena de bacterias que se quedan en su
sistema digestivo sin hacerle daño. Posteriormente cuando la pulga pica a otra
rata las bacterias pasan a la rata nueva, que enferma; y así sucesivamente.
Eventualmente, la pulga puede picar a un humano y es así como los humanos
adquirimos la enfermedad.
Y he
aquí lo “maravilloso” de esto. Podemos cultivar en el laboratorio con seguridad
cepas altamente virulentas de Y. Pestis; luego a través de una herida
infectamos a las ratas y por último hacemos que las pulgas piquen a las ratas
infectadas. Así podemos obtener muchísimas pulgas, que serán como un paquete
protector para nuestras bacterias. Cargamos las pulgas en “bombas” que al
llegar a tierra las liberarán y bombardeamos lo que queramos. La parte más
mortífera es que el daño se amplifica, puesto que las pulgas infectarán a ratas
que al ser picadas infectarán a muchas nuevas pulgas… Y si hablamos de una gran
ciudad de los años 40 donde hay ratas a patadas, imaginad.
Esto
no es una ensoñación de un loco que tiene un blog, esto ha pasado ya. Bueno,
los japoneses se pusieron las botas y además de bombardear ciudades ya
capturadas con bombas de pulgas, contaminaron pozos con el cólera, propagaron el ántrax, etc… En total se estima
que murieron entre 200.000 y 400.000 civiles chinos a causa de lo que podríamos llamar “pruebas de
campo” con armas biológicas.
(Bombas usadas para bombardeos con pulgas)
Y
con sus laboratorios a pleno rendimiento, se podrían haber producido bombas
suficientes como para tratar de bombardear campos y ciudades de la costa oeste
americana. Y de hecho se hicieron planes al respecto. Dos operaciones de
bombardeo con pulgas infectadas se planearon, pero ya al final de la guerra. En
una de ellas se pretendía que un submarino portaaviones fuera discretamente
hasta la costa oeste americana y lanzase aviones kamikazes cargados de bombas
de pulgas contra San Diego.
Teniendo
en cuenta que la limpieza no era algo que hubiera calado muy profundamente en
las ciudades de la época, la mortalidad de la enfermedad y que Y. pestis es
resistente por naturaleza a la penicilina, el caos hubiera sido terrible. Pero
parece ser que el miedo a una posible represalia también biológica por parte de
EE.UU. les hizo no querer abrir la caja de los truenos.
A
modo de conclusión diré que los integrantes del escuadrón 731 fueron indultados
a cambio de colaborar con los ejércitos americano y soviético para el
desarrollo de sus propios programas de armamento biológico.
Y
aquí acabamos hoy, otro día, si sois buenos y comentáis, os cuento la historia
del tito Churchill y las tortas de ántrax.
Fuentes:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Algo que decir? // Something to say?